martedì 23 aprile 2013

15/04 A la clase de Epañol

El mismo día empiezamos a traducir un paso de VIAJE AL ALCARRIA 


XI
PASTRANA
 A Pastrana llega el viajero con las últimas luces de la tarde. El autobús lo 
descarga a la entrada del pueblo, en lo alto de una cuesta larga y
pronunciada que no quiere bajar, quizás para no tener que subirla a la
mañana siguiente, cargado de hombres y de mujeres, de militares y
paisanos, de baúles, de cestas, de cajones, de morrales y de sombrereras.
 Es mala hora para entrar en el pueblo y el viajero decide buscarse un
alojamiento, cenar, echarse a dormir y dejarlo todo para el día siguiente. La 
luz de la mañana es mejor, más propicia para esto de andar vagando por los 
pueblos, hablando con la gente, mirando para las cosas, apuntando de
cuando en cuando alguna nota o alguna impresión en un cuadernito. Por las 
mañanas parece, incluso, como que la gente mira al forastero con mejores
ojos, recela menos, se confía antes, se muestra más dispuesta a facilitarle 
algún dato que busca, un vaso de agua que pide, un papel de fumar que 
precisa. La gente, por la noche, está cansada, y la oscuridad, además, la
vuelve recelosa, desconfiada, precavida. A la mañana, en cambio, sobre
todo cuando el verano está ya cerca y los días son más largos, la luz más
clara y la temperatura más benigna, la gente parece como si fuera más
bondadosa y más acogedora, y los pueblos tienen otra cara más alegre, más 
optimista, más jovial.
 La noche parece haber sido hecha para robar sigilosamente, con paso de 
lobo, el saquito de peluconas que cada familia guarda en el fondo del arca, 
entre las sábanas de holanda, los membrillos y los mantones de Manila, y la 
mañana, por el contrario, parece haber sido dispuesta para pedir limosna
cordialmente, descaradamente, con la sonrisa en los labios y las manos en 
los bolsillos del pantalón.
—¿Me da usted una perra?
—Dios le ampare, hermano.
—Es lo mismo, otro me la dará.
 Es malo entrar por primera vez en un pueblo, en una casa, por la noche: 
el viajero, sobre esto, tiene su experiencia y sabe que siempre le fue mejor 
en los pueblos en los que entró con luz.
 Pensando en esto baja, sin mirar demasiado para los lados, hasta la
plaza. Busca una posada y en la plaza, sin duda, podrán darle razón. Lo que 
quiere no es mucho y lujos no necesita. Pastrana es un pueblo grande y
probablemente con media docena, entre fondas, posadas y paradores, de
sitios donde elegir.
 En la plaza se ven grupos de hombres que charlan y de muchachas que 
pasean rodeadas de guardias civiles jóvenes que las requiebran y les hacen 
el amor. Pastrana es un pueblo que aloja un destacamento grande de la
guardia civil. Unos niños juegan al balón en una esquina y unas niñas, en la 
otra, saltan a la comba. Se ve algún pollo de corbata y alguna tobillera de 
tacón. Las luces eléctricas han empezado a encenderse y de un balcón
próximo sale el estentóreo ronquido de una radio.
 El viajero se acerca a un grupo.
—Buenas tardes.
—Muy buenas.

XI
Pastrana
A Pastrana arriva un viaggiatore con l'ultima luce della sera. L'autobus lo fa scendere all'entrata del paese, i n alto ad una costa lunga e pronunciata che non vuole scendere, forse per non doverla risalire la mattina seguente,pieno di uomini e donne, militari e connazionali, di tronchi, di cestini, cassetti, zaini e cappellai.

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